El debate actual sobre la conveniencia de integrar las tecnologías de la información y la comunicación en la escuela parece zanjado. Nadie pone en duda que las TIC vienen a mejorar la educación, que son más los beneficios que los perjuicios y que la labor docente se ve favorecida por la incorporación de elementos didácticos más dinámicos que facilitan la personalización del aprendizaje de sus alumnos. Sin embargo, no estoy segura de que exista un -podríamos llamar- acuerdo en la manera en que se hace uso de las tecnologías en educación.
Se discute últimamente si el amor que profesan los maestros a la pizarra mágica es o no interesado. La mayoría la adoran, pero pudiera ser que lo hicieran de igual modo que lo hace un amante cegado por la pasión, sin advertir los peligros de su loco enamoramiento. Su magia nos envuelve y nos puede hacer tener una imagen idealizada de la misma que no se corresponde con la realidad. Su belleza puede ser tan efímera a nuestros ojos como fue la de otros amados artilugios que sirvieron a nuestros propósitos.
Como en esto de las posturas sigo siendo ecléctica, prefieron ver qué opinan los que más saben. Si te animas a saber más, estos días se va a celebrar en Madrid el III Congreso Pizarra Digital promovido por el Proyecto Aula Pizarratic, donde parece que se pretende reflexionar sobre la práctica docente en el uso de las tecnologías en el aula. Quizás este tipo de iniciativas permitan vislumbrar un uso de la pizarra digital que no trate de perpetuar el modelo expositivo por encima del constructivo.
I love Randy Glasbergen. You know.
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